El Jardín botánico Leonor Bernabó


Cuando un niño nace sus padres no saben nada de su nuevo hijo, no tienen idea si el nombre que le han escogido es el más adecuado para su vida adulta, no están al tanto si el color del cabello le cambiara, ni cuando le saldrán los dientes, si tiene alguna enfermedad que empañe sus días futuros o si los planes que tienen para él o ella serán solo ilusiones que se desvanecerán cuando el muchacho anuncie que escoge ser “el amo de su casa” o si la niña el día de sus quince años toma el micrófono en la fiesta para comunicar a todos que quiere ser camionera. Y es que desde el primer día de su existencia los padres de la criatura comienzan a especular sobre cuál será su destino, lo mismo le ocurre a quienes concibieron al Jardín Botánico Leonor Bernabó, un proyecto que por ahora solo es una franja de terreno de aproximadamente cien metros de frente por trescientos de largo que discurre a lo largo de la carretera que va desde el barrio Andrés Eloy Blanco, antes llamado La Diablera, hasta el comando de la Guardia Nacional Bolivariana, padre de la criatura, que se encuentra en el sector La Aduana de nuestra amada ciudad San Felipe y que está a la espera de días de gloria, fama y de crecimiento general.

Ondean en sus casi tres hectáreas las ramas y hojas de muchas especies autóctonas, la mayoría en estado semi silvestre, no del todo salvajes, pues alguna vez ese terreno tubo dueño y actividad agrícola como lo pueden recordar los yaracuyanos más añejos, de hecho, al revisar en su interior seguro aún se pueden encontrar los restos de alguna construcción que ha resistido hasta ahora el empuje de una naturaleza imparable que hace todo lo posible por borrar las señales de presencia humana; y es con esa fuerza que ese terreno se pobló nuevamente de especies vegetales y unas pocas animales que de otra forma solo podría encontrar en lo alto del cerro o la orillas del rio. Este proyecto tienen futuro y eso se puede sentir, la naturaleza y los ciudadanos tienen esperanzas que así sea, esto a pesar de que su germen ya está amenazado por los ataques que recibe de los vecinos que ya cultivan en sus orillas y por el estacionamiento que crece en su lado este y que comienza a ganarle espacios al futuro Jardín Botánico.
Viene a colación la función de los jardines botánicos y lo que no son. un jardín botánico no es precisamente un jardín, de esos que solo son belleza y paz, lo que ocurre es que por ser una idea francesa fue cubierta de más hermosura de la necesaria, lo verdadero es que son instituciones organizadas por el gobierno, por un privado o una mescla de ambos, con el objetivo de realizar el estudio, la conservación y divulgación de la diversidad vegetal de la zona y aun la foránea; pero lo más importante es que un jardín botánico exhibe colecciones científicas de plantas vivas (de otra forma solo sería un museo de historia natural) que se cultivan, cuidan y protegen con sentido científico para lograr su conservación, hacer investigación, divulgar los resultados y enseñanza a la comunidad la importancia y papel que juega en nuestra vida y existencia cada planta con las que compartimos en medio ambiente.

Tomar como epónimo del futuro del Jardín Botánico a Leonor Bernabó, una poetisa yaracuyana del siglo pasado que cantó con fervor a la naturaleza que le rodeaba fue una buena elección, mucho mejor pudo ser escoger el nombre de algún botánico venezolano que hasta ahora son incognitos que hacen labor científica en las selvas del país, pero ese es un buen comienzo. También lo sería entregar este lugar a una de las universidades que hacen vida en la ciudad y que desde su seno se haga vida científica bajo la eterna protección de la entidad fundadora. Puede que a los primeros propulsores de esta iniciativa se les ignore; y ocurra que algunas personas lleguen a pensar que lo mejor es arrasar ese terreno y construir casas, muy necesarias, es verdad, o ampliar las instalaciones militares que existen en la cercanía, que ha sido la garante de que ese terreno no sea saqueado por los recogedores de leña, los conuqueros de temporada, los recolectores de cola e ‘caballo, loros y orquídeas o simplemente por los ociosos que necesitan ver arder el monte para calmar sus ímpetus sexuales insatisfechos; esas personas nunca podrán ignorar a los pioneros y a los pasos dados, ya no hay espacio a cambios de ideas, no parece posible arrepentirse de lo andado, la criatura nació y está a la vista, un cartel del cemento y cerámica a la entrada de lo que será el Jardín Botánico de San Felipe se lo demuestran. También impide echar atrás la idea el hecho que ciudad no olvida y nunca olvidara que un proyecto tan hermoso fue abortado, ella reclama espacios libres para que sus nuevos ciudadanos crezcan amplios y altos como maporas.

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