La vieja y buena monarquía


En uso del derecho humano, constitucional, irrenunciable e imprescriptible de hablar bien de quien se desee, hoy es posible dedicar unas líneas y loas a la vieja y buena monarquía.
No significa esto de ninguna manera la renuncia a los derechos y libertades que otorga la democracia, ni al voto directo y universal para la elección de los gobernantes. Al contrario, el poder hablar bien de lo que, en esencia se opone a la forma de gobierno reinante, es una reafirmación de las bondades de esta y de las libertades que otorga.
Dicho lo anterior lo primero a afirmar de las bondades de las monarquías es que son la salida natural a los problemas de los grupos humanos, es decir, ante la duda de qué camino tomar para conformar un gobierno, lo mejor, más sencillo y factible es la instalación de un buen reinado. El cine nos da muy buenos ejemplos con mundos postapocalípticos. La historia también. Ese es el caso del Negro Miguel, quien, al obtener su libertad por la vía del escape, no sabiendo como comenzar una nueva nación de esclavos libres, procedió a coronarse rey y de paso hacer súbditos a todos sus compañeros de infortunio, ahora excompañeros.



Lo verdaderamente cierto es que todos quieren ser reyes, reinas, princesas y príncipes. El rey del pop, de la bachata, de la cachapa, del pollo frito, de la casa, de carnaval o de belleza, no importa de qué, así sea reina del coleo, lo importante es ser importante formando parte de la monarquía. Tal es el desespero que existe una canción que dice: con dinero o sin dinero sigo siendo el rey. La idea del cacique es una construcción del conquistador que no concebía que un grupo de seres humanos pudiera vivir y regirse en un sistema de gobierno basado en la decisión del total de los presentes, no en la opinión de una mayoría por muy representativa que esta sea, pero ese es otro tema.
De Hollywood, Boliwood, libros de cuentos infantiles, dibujos animados y otras fuentes de fantasía, hemos aprendido que las monarquías son en esencia reinos felices, (Cenicienta, Blancanieves, Maléfica, Narnia, Asgar, Nunca jamás, El Dorado, Fantasía, Urachiche y Chivacoa) en donde todo se arregla con magia, en donde siempre que existe un rey malo es depuesto de inmediato por un príncipe bueno que hará vivir a todos los súbditos felices para siempre. En la mayoría de los casos, si aparece un hombre malvado es un primer ministro, un mal consejero, un hermano envidioso o un brujo malvado. Todos ellos desaparecen por causa de su propia maldad y de inmediato todo queda arreglado. La llegada del nuevo monarca impone el orden y la muerte del malvado trae la paz. Esa es la razón de la frase a “Rey muerto Rey puesto” y ya, la solución de los problemas del pueblo en el reino.
Otra de las ventajas de vivir dentro de una monarquía la muestran las revistas de farándula. Es la familia del monarca quienes derrochan glamur y el dinero del pueblo en matrimonios, bautizos, sepelios, yates, viajes, nieve, playas, caballos, perros, casas, todos con pompa y brillo. Pero como es la familia real todos lo disfrutan y hasta algunos lo apoyan, total es la imagen de prosperidad del reino y de sus súbditos, no de un entramado de corrupción que implica a cientos de funcionarios públicos, militares de armadura brillante, nomos banqueros y magos ladrones, ¡nada de eso! La familia real son en comparación cuatro reales y venerables gatos y ya. No son tantos para robar.
La familia del monarca, es la familia de todos y a todos duele, todos quieren imitarles, esa es la meta. Son gente buena, son ejemplo a seguir e imagen del reino. Si son malos unen al pueblo en su contra para derrocarlo y poner a otros de sus familiares en su lugar. Esto ocurre así porque alrededor de ellos se teje una complicada trama social con urdimbre y ribetes económicos
Y lo anterior es la mejor de tener por forma de gobierno a la monárquica: la sólida economía. El Reino Unido, Japón, Arabia Saudita, tienen algunas de las economías más fuertes del planeta por lo que se deduce que es una absoluta mentira que el derroche de dinero que hacen las familias reales lleva a la quiebra al país, perdón, al reino.
No es posible olvidar que los lugares más felices del mundo tienen un rey o un individuo que se cree rey, excepto en Tijuana. En contrario algunos de los lugares más tristes del mundo tienen por gobierno una democracia. Y eso ocurre porque la democracia es una forma de gobierno recién llegada; los esfuerzos griegos fueron ejercicios que no dieron grandes frutos. Solo en los últimos tres siglos la democracia aparece con fuerza y se trata de consolidar, mientras tanto las monarquías y los reyes han evolucionado por más de dos mil quinientos años, o sea, ya se las sabe todas, guarda memoria de los hechos y actúa en consecuencia adecuándose a los cambios de la humanidad y permanecen. Conclusión. Solo ella nos puede dar la felicidad.
En este punto es necesario ver el supuesto, históricamente negado, de que nunca nos separásemos de España. Las ventajas serian enormes; seriamos súbditos del reino español, obvio; los viajes a España serian vuelos domésticos, por tanto, muy baratos; las vacaciones al África española serían unos tours por las regiones alejadas del país, perdón, del reino; tendríamos en el Euro una moneda con fortaleza y estabilidad; también un equipo en las ligas europeas y seriamos una España con mucho, pero mucho petróleo, una verdadera idea paradisiaca.
Los detractores de las monarquías, reinos e imperios pueden decir que “la democracia es un sistema de gobierno superior que se fundamenta en un conjunto de valores morales, éticos y sociales que parten del principio de libertad, respeto, tolerancia, compromiso, solidaridad, igualdad, fraternidad, justicia, soberanía y participación” pero al revisar las constituciones de los reinos, los que tienen, encontramos las mismas palabras, tal vez con menos énfasis, pero con igual entusiasmo.
Las monarquías actuales no son pocas, entre ellas están el Reino Unido, España, Noruega, Suecia, Dinamarca, los Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo. También están los microestados de Liechtenstein, Monaco y Andorra. Entre los países árabes están Marruecos, Jordania, Arabia Saudita, Kuwait, Barein, Catar, Emiratos Árabes Unidos Omán, Malasia, Brunéi, Bután única del subcontinente indio, Japón, Tailandia y Camboya; finalmente las africanas, Lesoto y Suazilandia. Todas ellas tienen una función práctica, el mantenimiento de su rol como símbolo de la unidad nacional y su poder arbitral frente a los distintos partidos políticos.
Las monarquías se adaptan para, más que sobrevivir, para permanecer; la tradición aristotélica, afirma que la monarquía es la forma política en la que el poder supremo del Estado se concentra en la voluntad de una sola persona; pero eso es pasado; la realidad es otra, el presente es otro, los reyes de ahora reinan pero no mandan, eso último, mandar,  lo hace un líder político o jefe de gobierno (elegido por vía democrática por una mayoría relativa, aun en contra de la voluntad de minorías que suman más votos) cuyas acciones son controladas por un parlamento. Japón es la monarquía más antigua del mundo y tiene un sistema de gobierno parlamentario.
Las monarquías existen y seguirán existiendo mientras los humanos estén sobre esta tierra o en cualquier parte del universo (¿acaso no lo predice la ciencia ficción?) porque en nuestra esencia persiste el mito del “derecho divino” que en el pasado justifico la existencia de los reyes. En el ser humano persiste la idea de que Dios o los dioses escogen al rey para estar en el poder, y este sólo es responsable ante Él o ellos, que su mente esta iluminada por su sabiduría, tal como ocurría con los faraones de Egipto o los emperadores romanos. Aunque se sabe que esto es un mito, actualmente, cualquier persona, gustosa, atendería el llamado de una voz celestial para guiar a su pueblo hacia a la lucha, ganar cien batallas en cien años de crueles luchas contra la injusticia y así coronarse rey para hacer que todos sean felices para siempre. Eso, eso no pasa en democracia.

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