Abuelos y abuelas con pantalones

Son la generación más aguerrida del siglo pasado, la que nació a la sombra de los temores surgidos en la segunda guerra mundial, que comió su almuerzo temiendo la tercera y que fue a la escuela escuchando todos los días las escaramuzas de una guerra fría que se desarrolló en todo el mundo; que nunca llegó a estallar oficialmente a pesar que los muertos y sus consecuencias les rodearon a la hora del recreo. Ellas estudiaron hasta bachillerato cantando canciones de protesta, ellos prestaron servicio militar en las montañas, algunos lucharon contra la insurgencia política de la izquierda de esos tiempos, otros fueron parte de ella. Todos bailaron salsa, poquisimos probaron las drogas y no conocieron la internet, los teléfonos celulares ni las tarjetas inteligentes.
De Aloneibar - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=16939626

Para esta década algunos están jubilados, pensionados la mayoría, viviendo de las remesas casi todos. Ellos soñaron que en esta época estarian en él exterior disfrutando de su pension en dolares o euros, con pantalones cortos ellos, en la playa. en la montaña, en la finca, la parcela o él fundó, jugando dominó con los amigos todas las noches mientras ellas preparaban los dulces y las meriendas de los nietos que llega de las tareas dirigidas a las cinco. Todo quedó en sueño
En los últimos diez años la tortilla que con tanto esmero trabajaron se les cayó del sarte y tenían las manos ocupadas para sostenerlas. La inflación se comió las prestaciones sociales, la pensión y los ahorros. Por tal causa los hijos emigraron, como pudieron, con lo que tenían, antes de perder la razón, de clase media bajaron a depauperados y no quisieron descender más. 
Él mismo dia de la partida de los hijos, los abuelos y las abuelas dejaron atrás pantalones cortos y batas frescas. Ahora ellas solo utilizan utilizan pantalones, zapatos sin tacon, a veces leggis y ropa interior sexi. Terminada la despedida comenzaron a luchar otra vez, como al principio, cuando vivían alquilados o arrimados en casa de la ahora bisabuela. Se pusieron los pantalones, arremangaron las blusas y las camisas y sin disimulo secaron sus lágrimas. Siguen usando su ropa de los años noventa, ellos con pantalones “jean” y ellas casi nunca usan faldas pues los pantalones siguen siendo más prácticos. Ahora, hombres y mujeres, conducen taxis para hacer efectivo, viajan en moto taxis para llegar a tiempo, escuchan música de los ochenta a todo volumen y siguen hablando como en los setenta.
Aprendieron a utilizar el teléfono inteligente, hacer transferencias y a robar las claves del wifi del vecino,  a pasar los correos y los códigos QR. Saben sacar cuentas en dólares y cotizar en el mercado de los Petro. Vuelven a recordar sus viejos afectos y amistades, pues otra vez son las amas de la casa y necesitan en quien confiar, regresan a sus viejos oficios, regresan a la vida social pública. Todo sea por hacer algo de dinero extra, o ahorrarlo,  en las mañanas ir al banco. al mercado y en la tarde regresan para ayudar con los nietos con la tarea escolar. 
En ocasiones se les ve en cibercafés, donde no venden café, haciendo conferencias con los hijos desparramados por el mundo y bajando videos de los nietos que no conocen en persona o que se fueron cuando estaban chiquitos. Algunos están criando niños otra vez, los nietos que se quedaron, los que no se llevaron o quedaron técnicamente sin padres. Recuerdan con tristeza que no tienen hijos a quienes regañar y solo nietos a quienes cuidar; cuando en realidad quisieran estar en una hamaca alejados de la bulla y el desespero de los útiles escolares que no se consiguen, las vacunas que no hay y la ropa que está por las nubes.
Dejaron atrás la idea de una jubilación pacífica para hacer reingeniería de sí mismos, de reinventarse, volver a trabajar, regresar a las aulas, regresar a él trabajo. Aparecen en puestos de trabajo que de jóvenes no quisieron ocupar. Ahora son plazas de labor más  pesada que años atrás y  peor pagadas, justo cuando sus huesos piden descanso por piedad. Son otra vez cajeras, vendedores, peluqueras, albañiles, mecánicos,  vendedores de ropa intima, muchos con títulos universitarios, que de estudiantes vendieron perfumes y ahora venden corotos usados. La clemencia, ni él tiempo para descansar existen ya, necesarios es sobrevivir.
Todos ellos creen y tienen fe en su patria y en élla se van a quedar: Mientras sus hijos y nietos los necesiten seguirán luchando por su bienestar. Para el final solo quieren que sus huesos reposen eternamente en su Venezuela querida. Pero con qué gusto, por las buenas o por las malas,  se mudarian, pero ya, para otro país.

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