Adultos en miniatura

Es  muy fácil reconocerlos en las calles del país, su aspecto y atuendo los delata sin remedio. Tienen la piel curtida por el sol, la tierra y los arañazos que les da la vida. Sus caras, sus cabellos cortos, mal cortados y su rostro que nunca llega a la pubertad, tienen ese aspecto indefinible que hace dudar si estamos frente a una niña o un niño. Siempre usan franelas que les quedan cortas o un poco grandes, característica que señala el origen hereditario de las prendas. Casi siempre sus pantalones son cortos y muy desgastados, sus zapatos siempre muy rotos y demasiado pequeños para sus pies. Visten de limpio pero con los blancos percudidos por la falta de experiencia al lavar. No les falta a la espalda un morral escolar lleno con lo necesario para vivir por largas horas en las calles, agua, cambur y arepa, junto con productos de la cesta básica para vender o cambiar. La compañera del morral va es la bolsa negra que viaja en las manos, allí van las compras del día o la caridad recibida. Pocos van regularmente a la escuela, por diversas razones, no hay comida, no tienen uniformes, se acabó el café, pero él día que se anuncia darán almuerzo llegan temprano y con la tarea al dia. 

Son una generación con inteligencia y razonamiento matemático muy alto; saben sacar equivalencias entre diferentes monedas o artículos, regatean. roban, venden. Y su inteligencia emocional es aún más alta; saben como dar lastima a la hora de pedir para ellos o los que están a su cargo, pueden lidiar con adultos abusadores, con niños pendejos, con enfermos sexuales, con sonsacadores y con vendedores o compradores que se quieren aprovechar de su corta edad y que no saben que están hablando con tiburones de colmillo ancho. Son hábiles y ágiles en cualquier  actividad manual como pelar naranjas mientras cuentan dinero o comer mientras hablan, cruzan la calle y están pendientes que a sus acompañante no lo atropelle un motorizado distraído. Todo a la vez.
Son autónomos.  Saben hacer sus necesidades solos desde los tres años y comer mango verde desde que tienen dos. Pueden dormir en una banqueta, en la cola del banco o en un asiento de autobús y despertar en la parada justa o cuando les toca el turno en la cola. No tienen miedo a la autoridad y son el porvenir del país. Son un futuro sin modales y sin respeto a los mayores, a quienes han tenido que arrastrar como se arrastra a una carga superior a sus fuerzas. 
Su existencia y comportamiento tienen extensa justificación.  Por razones y  causas que no pidieron a sus menos de doce años son el sostén de un hogar que se quedó sin adultos hábiles para la vida, son hijos de padres que se fueron o ya no están, Ahora tienen él deber de sacar adelante a sus hermanos menores, a sus padres con discapacidad o abuelos incapaces de valerse y sobrevivir por sí mismos. 
Son niños sin infancia y adultos sin pasado. Como crecieron sin padres y de tú a tú con los adultos de su entorno carecen del sentido que les ordena respetar a sus mayores, por esa causa serán un grave problema en el futuro para una sociedad que querrá domesticarlos, por las malas, en una edad que ya solo conoce la rebeldía como forma de vida. Están preparados para emigrar y ser la generación de aquellos que viajan sin dinero, sin estudios y sin miedo a hacer las cosas más atroces para salir adelante. Es una generación que necesita mucha, mucha ayuda y guía, más que la que necesitaron otras generaciones de venezolanos. Están sin guia y serán los guías de un país. Gracias a Dios son pocos, pero aun solo sea uno, merece ser rescatado a tiempo. 

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