Milagro en la plaza Sucre

Presenciar un milagro, es un privilegio y una experiencia difícil de describir que se atesora en la memoria de todos los presentes en el momento, mientras estos existan y subsista quienes lo atestiguaron, pues la existencia de testigos, es una de las partes que este tiene; es decir que al aquellos desaparecer, el milagro desaparece de entre los seres humanos, como parte de ellos; a menos que se haga notar y así perdurar en la memoria del colectivo. Uno de ellos ocurrió en la tarde del día miércoles de Cenizas, al comienzo de la semana Santa de este año 2021 en la plaza Sucre de la ciudad de San Felipe, en el municipio Independencia.


No fue un hecho sin explicación científica o que no pudiera ser objeto del análisis razonable y razonado de cualquier individuo para dar una explicación lógica, no fue una aparición Mariana, la transformación de un objeto físico en otro de diferentes cualidades o los signos de la pasión de Cristo en el cuerpo de un ser humano. Tal vez fueron todos ellos y nadie lo noto. Pero ocurrió.

El día en cuestión sucedió lo que San  Agustín de Hipona explico de la siguiente forma “Milagro llamo a lo que, siendo arduo e insólito, parece rebasar las esperanzas posibles y la capacidad del que lo contempla”, es decir, lo ocurrido ese día no rebaso las leyes de la física ni de la lógica; ocurrió un evento que sobrepaso lo que el corazón usualmente puede soportar, fue una ola de amor, perdón, reconciliación y santidad, un viento que arraso la maldad, espanto el egoísmo y dejo el cuerpo, la mente y los corazones de los presentes listo para ser sembrado con la luz de la esperanza y la llama de la fe.

Esa hermosa tarde San Felipeña no ocurrió un desafío a las leyes naturales, de hecho fue algo, a primera vista muy ordinario, algo que ocurre regularmente; el párroco y los miembros de la parroquia organizaron la misa del miércoles de cenizas, como todos los años desde la fundación de la parroquia, esta vez en la Plaza Sucre. Lo hicieron con extrema atención a las medidas de bioseguridad que la actual pandemia obliga a tomar y que incluye la prohibición de reuniones de grupos de personas en espacios cerrados, razón que obligo a realizar la liturgia en un espacio abierto. Esa tarde fue el producto del ruego y trabajo de un buen párroco, del esfuerzo de los diáconos, monaguillos, músicos, cantantes, funcionarios de la alcaldía, estaciones de radio y muchos, pero muchos voluntarios sin nombre. Pero con mucho corazón. 

Los presentes cumplieron con el distanciamiento social requerido, usaron mascarilla, la imposición de la ceniza, el saludo de la paz y la comunión se realizaron de forma especial para disminuir las posibilidades de contagio, todo con la presencia de una gran congregación que dio testimonio de la fuerza de la iglesia católica, de la fe de sus miembros y de la presencia del pueblo rebosante de amor infinito por los semejantes. Durante la misa se rogo por la sanación de los enfermos, por la salud de los presentes, por la feliz  venturanza de quienes se fueron, por la fortaleza de quienes se quedan, por la paz, en fin, por un mundo bueno y mejor.

San Agustín de Hipona señala que todos los hechos, ordinarios o extraordinarios, tienen un valor religioso; desde el punto de vista de la fe, señala también el Santo que “tanto el crecimiento de la mies como la multiplicación de los panes tienen el sello del amor y del poder del Dios” Esta misa de campaña, como anteriormente se les llamaba, no fue un evento en donde ocurriera algo por demás de alta significación religiosa, en ella no ocurrió ninguno de los “desafíos a las leyes naturales” ya mencionados, al contrario, fue una tarde soleada, no demasiado, con una agradable brisa y una calma general que embargaba algunos corazones. En esa condición general, común, ordinaria y simple radico el milagro. Cien personas, con cien diferentes pensamientos y necesidades físicas y espirituales diferentes se reunieron para dar su parte de su tiempo esfuerzo, aun antes que recibir; hasta los mas ancianos, los niños y las personas con discapacidades aportaron su presencia y ejemplo motivador para que lo mejor de todos se hiciera surgiera, se hiciera presente, sea compartido y sirva de aliciente, esperanza y palabra de animo a quienes se juntaron esa tarde hermosa. Por esas razones la misa en la plaza de aquella tarde puede considerarse un milagro. Y así fue.


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