Café con pan

Ninguno de los dos tiene algo de autóctono, el primero es hijo de las montañas africanas y el segundo de los hornos de toda Europa, en especial de las formulaciones portuguesas en el pais. A pesar  de esas faltas, pocas estampas identifican mas a los venezolanos en cualquier parte del mundo que esta dupla de delatores de su niñez, nunca se es mas venezolano que en ese momento en que se tiene una tasa de café al frente y un pedazo de pan entre las manos. En cualquier café, pub, bar o cafetería del mundo cuando se ve que un comensal comienza a meter pedacitos de pan, sea baguete, francés o algo que se parece a las piñitas dentro de su taza de café y lo moja para luego comerlo con ingenuidad infantil, es casi seguro que esta frente a un hijo de esta tierra o ante una persona que ha pasado mucho tiempo en ella, bueno, no tanto, esa costumbre se aprende en tan solo tres tardes caraqueñas y en menos, en otros lugares del pais.

Los niños aprenden pronto porque las madres venezolanas nunca tienen miedo de dar a sus hijos un pedazo de pan salado o dulce y un jarro de guarapo hasta que llegue la hora de la cena o a la hora del desayuno o como complemento a una arepa sola o con cualquier humilde relleno. Nadie teme que eso altere sus nervios o que dañe su concentración, y no lo hará; al contrario, las madres llevan  una taza de café y un pan a los hijos que se trasnochan cuando estudian, a los hijos que hacen deporte, a los enfermos que reposan en sus camas y los intelectuales lo hacen para relajarse a cualquier hora del día.

Es que esa dupla tiene para el venezolano muchas connotaciones, desayuno de los recién casados, tente en pie de los apurados, distracción para quien no pueden comer mucho, refuerzo para los de poco comer poco, apoyo para quienes deben esperar el almuerzo tardío o reposo de los que abusaron en la cena.

Su éxito reside en la extrema sencillez; es un trozo de pan que fuera cortado de una hogaza, con cuchillo o las manos de una canilla, acemita, de papas, revolcado, sobado, campesino, de perros, hamburguesa, árabe, francés o mojicón; pudiera también ser rebanado, tostado o no; poco o nada importa si es nuevo o tiene tres días guardado, solo debe ser pan, es su único requisito. No importa si el pan esta viejo, es una ventaja, pues se comporta como galleta y sostiene su forma aun impregnado de café lo que trae permite que el mismo trozo puede ser usado varias veces para sorber el liquido negro y dulce, hasta que se derrite en la boca como solo el pan mojado en café puede hacerlo.

El café puede ser fuerte, con leche, cortado, negrito, guayoyo, guarapito o recalentado de la mañana; de maquina, de la calle, de greca, tinto, colado, pasado, amargo, cerrero, aguado, dulce, aliñado, árabe, ingles, caribeño o japonés. 

Tampoco debe ser mucho, el mínimo absoluto es lo suficiente para marcar el trozo de pan que va a la boca y llena el espíritu de recuerdos y las fibras del cuerpo con el amor de la madre que esta lejos, del padre que es amigo, del amigo que es como un padre y de esos cientos de buenos momentos en que esta presente el café con pan. Son buenos momentos aun cuando no sean alegres, porque para buenos muchos, para alegres unos muy pocos. 

Aun los tristes recuerdos se pueden combatir con café y pan; en algunos velorios, funerales y rezos lo reparten como convite a los presente y sin importar quien sea el difunto el dolor pasa mejor con un pedacito de pan mojado en traguito de café. Es una merienda que nunca se rechaza; antes o después de las comidas, sean formales, recepciones al aire libre, en la embajada, en la sala, la cocina, la terraza, la cama de un hospital; pero siempre mirando los ojos de la persona amada, que esta presente o no.



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