En un café escuche dos mujeres que hacían burla de las estrías en el vientre de otra
ausente. Te sentí como esta mañana, desnuda, vistiendo solo tus aretes. Y recordé tus
estrías, cicatrices de guerra que en tu cuerpo son prueba del sudor, lágrimas y sangre
derramados en la vida, marcas que dejo la lucha por traer nuestros hijos al mundo. En el
tren unos se asqueaban de sus mujeres, nuevamente evoque tus estrías y me di cuenta que
no son feas. No las escondes, no te importan las críticas, ni las miradas acusadoras, me
pides que juguemos que mis dedos son camellos que entre las dunas buscan el oasis. Al
caminar a casa mire el aviso de una crema que las borra, y me di cuenta que son bellas, que
me gustan; que siempre tengo hambre de ti, de tus tobillos como edificios, de tus caderas
carnosas y del recuerdo de tu cintura. Quiero un beso tuyo, no resisto más, corro como loco
hacia tus senos planos y suaves, libres del ego y la banalidad. He llegado, subo de un salto
las escaleras y entro. Te asustas. Tienes ese aire recio que a los jóvenes cautiva, a los
adultos embelesa y a los viejitos hace suspirar. Eres libre para amarme y permitir que coma
de tu preciado jardín, frutos exuberantes y exóticos del amor. Te beso, me arrodillo. Solo
pienso en las marcas de guerra y por ellas me arrastro hasta lo más profundo de ti.
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