Lágrimas de vendetta

Como cualquiera de las 1.123 mañanas desde que llegó a esta ciudad; Santa Fe de Bogotá; “la venezolana” está vendiendo sus tintos, aromáticas y cigarrillos, chicles sin azúcar, galletas a semanas de vencer y sonrisas falsas; sus apretados pantalones y las eternas blusas oscuras que poco o nada logran por esconder una hermosa figura, ya maltratada por tres embarazos y dos partos naturales; es una mujer de hablar fácil y solitaria. Chistes y comentarios a flor de labios, ojos claros, cabello muy corto y teñido de rojo acero, peinado con fuerza y al calor de la plancha, tratan de esconder a la muchacha rebelde y contestona que aun esconde tatuajes en su pecho y espalda. Atrae las miradas extraviadas de quienes pasan sin comprar y de unos pocos que aprecian bellezas tan peculiares como ella. 

La rutina de salir temprano, aun oscuro, desde la habitación en arriendo en donde no quedaba nadie más; solo tres plantitas de sábila y una rosa que nunca florecía; quedaban a oscuras en el lugar que nunca conoció a los hijos que se quedaron atrás; para entonces caminar diez cuadras hasta la esquina que le recomendaron, la del semáforo, frente a los conjuntos residenciales, cerca del paradero, para regresar a las once y media de la noche. Esta caminata la ejecuta siete días a la semana, cada semana del mes, sin falta desde su llegada. 

Y hoy todo cambiara.

La diferencia en este día es que, el tipo que la comenzó a observar desde el día 623, la que fue una mañana más fría y más triste que de costumbre, y aun así  otra mañana, donde “la venezolana” entre risas, tinto y piropos lloraba en silencio y sin lagrimas la noticia de la muerte de “Duque”, su perro negro, una mascota más, otra que moría de hambre, enfermedad o de tristeza en un pueblo que cada semana se ve más triste y solitario por la ausencia y la huida de sus habitantes, allá en su país natal. La disconformidad en su corazón es que, aquel fue su perro, la mascota, su amigo, suyo y de nadie más; cuando nadie más la deseo, cuando nadie la amo, cuando todos la rechazaron, él y solo el, la recibió sin preguntar nada y dando todo para la mujer que lo rescato de la orfandad y la calle un sábado cualquiera.

Después de ese día “el parcero” adivinaba las lágrimas que nadie veía en aquellos ojos de puma, él y solo el, la veía llorar todos los días, sin lágrimas. Su pensión de vigilante abaleado y sobreviviente, la paciencia de viejo soldado en la selva y un matrimonio fallido que le dejo una casa lote en una loma aislada, le proporcionaron el tiempo, la alimentación y la paciencia para mirarla sin parar todas las mañanas, día tras día desde diferentes lugares en cada ocasión. El hombre miraba con el rabillo del ojo que por las mejillas de la mujer se deslizan las saladas tristezas sin cesar, sin importar que fuesen invisibles, sin importar su causa, ya adivinaba la razón con poco o sin mucho éxito; tal vez un amor extraviado, un hijo perdido, familiares enfermos, dificultad para pagar el arrendamiento o lo de siempre; la eterna falta de dinero. 

Con paciencia “el parcero” pasaba por el sencillo puesto de ventas en algunas ocasiones; muy pocas en realidad pues la cercanía de la mujer, su olor a arroz recién cocido, a calle, a perfume de supermercado lo hacía sudar y esa sensación le parece de cobardes, de poco hombre, de adolescente perturbado. 

En los pocos momentos que duraba su aproximación le compraba algo, una galleta que nunca comería, un cigarrillo para quien que no fuma; nunca le decía nada más que lo estricto y necesario. 

- Un Mustang azul.

Y huía sin ser notado y sin dejar rastros entre la multitud de una ciudad fría, solitaria e impersonal que no ve víctimas ni victimarios.

Así fue siempre, “el parcero” la veía, la admiraba, la deseaba y nunca intento entablar conversación hasta que hoy, día de 623 de su vigilancia, cuando al final del día la chica empuja el carrito de mercancías hacia la casa donde lo guarda, el hombre que la ha tenido tiempo para meditar y planear su acercamiento, cada uno de sus movimientos y su propio silencio. La muchacha nunca escucho los pasos del hombre que detrás de ella tiraba de una carreta manual y de haberlo hecho nunca sospechado nada de uno de los cientos de personajes que como aquel circulan por las calles de la ciudad como su medio de trabajo y en algunas ocasiones de habitación, son el medio de trabajo para los recolectores y recicladores de basura.



Un certero puñetazo dado con todas sus fuerzas en la base del cráneo produjo suficiente conmoción en el cerebro de “la venezolana” para inmovilizarla e impedirle reaccionar. El golpe fue propinado con muchísima violencia por un hombre temeroso de ser descubierto, consciente de su inexistente segunda oportunidad y lleno de oleadas de adrenalina que le hacen respirar como el toro que entra a la arena para su lidia. La mujer semi inconsciente e incapaz de reaccionar cae al suelo y en su trayectoria derrama el contenido de su carrito de mercancías. “El parcero” lleno de fuerzas imaginadas la levanta en vilo, la arroja al interior de la carreta y de inmediato lanza sobre la muchacha el puesto de ventas con ruedas y su mercancía sirven como cubierta para tapar el cuerpo del rapto. Medio segundo le basta para hacer una comprobación absolutamente innecesaria; introduce su mano izquierda por debajo de la blusa que deja a la vista la barriga llena de estrías y sin piedad sube hasta el seno izquierdo que estruja con malicia mientras se dice así mismo con frialdad:

- El corazón late, esta viva.

El hombre arrastra la carreta con su preciada carga loma arriba con mucha energía y entusiasmo. Su precioso botín lo motiva, así como también la posibilidad de que ella se recupere y comience a gritar o que alguien lo observara cuando rapto a “la venezolana”. Esto ultimo efectivamente ocurrió, el acto de secuestro fue atestiguado por tres personas, un reciclador que no le importo lo que ocurría, un consumidor bajo los efectos de las drogas que no supo si lo que vio fue verdad o alucinación y una mujer que camino a su trabajo prefirió no inmiscuirse en lo que no es asunto suyo mientras daba gracias por no ser ella la víctima del ataque brutal que recién presencio.

Al llegar a su casa “el parcero”, aun bajo la influencia de la adrenalina baja a la mujer de la carreta y la arrastra hasta la cocina, en el fondo de la vivienda donde a cavado un pozo que recubrió con tubería de plástico, lo suficiente ancho para que una persona pueda dormir el posición fetal y bastante profundo para que dé la sensación de poder salir de allí de tan solo un salto y que sea solo una ilusión. Sin proponérselo ha creado una prisión para la mente de la mujer y el medio perfecto para la tortura de su cuerpo.

Cuando “la venezolana” recobra el sentido de sí misma el hombre le pone en la boca una taza de café frio cargado de somníferos, al principio no se negó porque el hombre que le acuna en sus brazos no parece agresivo y solo demuestra el deseo de ayudarla, a cada negativa o intento de dejar de beber el hombre le dice:

- Por favor, bebe mi linda, esto te ayudará a recuperarte, esto te hará bien.

Ella sin saber que está tomando lo ingiere para, casi de inmediato, hundirse en un profundo sueño que no es perturbado ni siquiera por su caída dentro del pozo donde es arrojada como un costal de papas, sin piedad ni cuidados, no sin antes ser revisada, manoseada en lo más íntimo, luego privada de su pantalón y dejada sin pantaletas.

Durante cinco días la mantiene con una taza de café en las mañanas y un vaso de agua en las noches, no le habla, no contesta a sus preguntas ni a sus gritos, solo canta canciones de cuna ya olvidadas mientras cocina solo para el dos veces cada día.

Mientras ella grita e insulta a su captor, “el parcero”, fuera de su vista llora, desea verla, pero no puede, y llora. Ella recita sus poemas escolares, sus canciones de moda y hasta oraciones del catecismo. El la escucha mientras continúa llorando y así durante seis semanas al cabo de las que ella esta exhausta y sin ganas de luchar, ahora solo canta sin esperanza.

Aquel pozo se convirtió rápidamente en su mundo, en el universo donde su mente viaja y su cuerpo se desgasta y sin proponérselo su deseo de los días de lágrimas escondidas e invisibles se hace realidad: está en un hueco donde nadie la encontrará jamás. Esta justamente dentro de su universo de tres metros cúbicos, en donde apenas cabe su cuerpo y que sin embargo no puede contener una imaginación que inevitablemente comienza a ocupar los espacios de la cordura.

El día 1.170 desde que llegó a esta ciudad; Santa Fe de Bogotá; “la venezolana” sintió que se bañaba por primera vez en su vida; sin ganas de luchar dejo que las manos de la voz que la alimentaba con café y pan la limpiaran de toda la mugre que le cubría; no opuso resistencia cuando sintió que dedos extraños hurgaban en lo más íntimo de su cuerpo, que tijeras torpes recortan su cabello y deja que  su cuerpo, ahora esquelético y trasparente, sea trasportado en vilo hasta una cama desconocida, vestida con sábanas blancas en donde ese hombre la coloco con ternura, antes de violarla de todas las formas imaginables, un grillete dorado frio y hermoso, y aun así suave y gratificante,. Entonces se da cuenta que había dejado atrás el mundo de donde deseo escapar, su mundo y por fin en mucho tiempo comenzó a llorar. Gruesas lagrimas cubren sus mejillas hundidas y se deslizan insípidas hasta su boca que ahora está inundada por la boca, los labios y la lengua de “el parcero” que no hace más que beber sus lágrimas, su saliva y cualquier fluido que de ese cuerpo amado pueda surgir. Al final el hombre se coloca desnudo junto a ella, satisfecho de beber todo lo que deseo por tanto tiempo de la mujer de sus vigilias. Con un gesto de inusitado candor acaricia la cara que de la mujer que inerme, inmóvil e incapaz de defenderse, solo mira el techo de láminas de zinc.

- ¿Qué tienes mi reina egipcia? Nunca te había visto llorar. ¿Qué tristezas te afligen?

“La venezolana” mueve levemente su pie derecho y siente la presión del grillete y el tintinear de la cadena que la ata a la pared.

- No tengo tristezas, ya todo quedo atrás. Es mas me siento alegre y bendecida.

- ¿Entonces porque lloras?

La mujer hace un esfuerzo heroico, se apoya sobre un codo para poder ver a los ojos a su captor y le dice mostrando la más sincera, piadosa y dulce sonrisa que pudiera otorgar a ser humano a otro.

- Llegue a pesar que moriría sola, sin la más minina satisfacción humana.

- Entonces ¿Por qué lloras? ¿De alegría? 

Le pregunta el parcero mientras besa el demacrado rostro y bebe las abundantes lagrimas que llenan los ojos de la mujer.

Para contestar la mujer acerca sus labios al oído del hombre y a pesar de la soledad de la habitación le dice a modo de secreto.

- Soy VIH positivo. ¡Bienvenido al mundo del Sida!


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