El gallo y las gallinas

- Tengo un asunto importante para ti.

Cuando eres abogado y un colega abogado te llama a las tres de la mañana sabes que es un asunto no solo importante, también es urgente. Y si esas dos palabras, importante y urgente, llegan juntas es porque ocultan la palabra dinero. No lo dejaría pasar sin importar lo que fuera. Dejando atrás el sueño le respondí.

- Solo dime y vamos a resolver cualquiera sea el problema.

Quien me habla al otro lado del teléfono no es mi amigo, de hecho, es lo que llamo un “buen enemigo”, son abogados que hacen de contra parte en juicio, son correctos e intachables, pero que también es del tipo de personas con las que no tengo nada en común, me caen mal sin razón y tienen gustos, costumbres y vicios que simplemente me son desagradables. En este caso es un fumador compulsivo y jugador empedernido.

- Tengo un secuestro entre manos.

No ha trascurrido un minuto de nuestra conversación y ya tengo ganas de dar por terminado este asunto. Me molestan las frases que llevan lo obvio implícito y que las personas que lo dicen en forma automática. Sin pensar. No lo hago porque esa palabra, secuestro, me hace pensar en el dinero y me aguanto las ganas de dar por terminado el asunto. Soy un abogado de bajo perfil, de vez en cuando hago un divorcio, nada litigiosos, alguna vez, la compra venta para un conocido de confianza y hasta he llegado a asistir trabajadores que sufren accidentes y esperan la compensación de ley. La ciudad piensa que soy un abogado más, pero la barra de abogados de la ciudad y gran parte del país saben que me gano la vida negociando rescates. Si, rescates. Voy y hablo con los criminales, me aseguro que la víctima este viva y que no la hayan mutilado más de lo necesario o que dejen de hacerlo. Cobro en efectivo a los familiares del martirizado y siempre, sí, siempre, recibo un bono de los criminales para comprar mi discreción con respecto a sus identidades y ubicación.

- Si ustedes pagan por mis servicios por la intermediación compran mi silencio ante las autoridades pues seré su abogado y les debo el secreto profesional.

Esa frase me ha dado mucho dinero. Dinero en efectivo. Sin impuestos. Sin rastro. Al final termino con el agradecimiento de la víctima, los familiares y la complicidad de unos criminales a los que espero nunca volver a ver y que esperan lo mismo de mí. Es un asunto redondo. Pregunto a mi colega con sequedad y ya un poquito de ansiedad.

- ¿Quién es el secuestrado?

Es la parte más importante. La respuesta puede llevarme a un hotel de lujo, un barrio bajo, un sótano, un almacén, al campo, a otro país, tal vez otro continente. También puede representar unos golpes, nunca en la cara, hasta una pequeña cortada en la barriga y tal vez, solo tal vez, a que yo mismo tenga que cometer uno o dos crímenes para hacerme respetar. 

- Es un gallo de pelea y unas gallinas de cría.

Mala respuesta. No me da nada para planear nada por adelantado. De hecho, su respuesta me desconcierta. Ya sé que mi “buen enemigo” como yo lo denomino y defino, es bebedor, jugador empedernido, fuma como prostituta con la menstruación y es un divorciado que lo perdió todo. Normal. Pero que trate de hacerme una broma a las tres de la mañana no es algo que cuadre con su personalidad. Ahora con una seriedad de funeral el colega me dice.

- Es un gallo de pelea. Lo secuestraron. Y me van a asesinar. No se que hacer. Necesito tu ayuda.

Todo tiene un color de hormiga. Lo del gallo no tiene sentido. La intención de asesinar a un abogado que hace divorcios de ciudadanos comunes no implica dinero, tampoco tiene sentido. Y que alguien que no tiene dinero me pida ayuda y no hable de honorarios me desinfla de inmediato. Aun así, continuo a la escucha, ya más por curiosidad que por ambición. Y esa curiosidad me costara caro. Lo sé. Sin esperar una pregunta y adivinando mi curiosidad el otro abogado me dice para aliviar mis pensamientos.

- Deja que te lo cuente todo.

Casi sin respirar me dice. 

- En mis días de visita y apuestas a la gallera de la ciudad conocí a un misterioso criador que poco hablaba, nunca apostaba y jamás bebía. Aun así, trabe amistad con el hombre quien un día me invito a su casa en el campo. La primera impresión fue impactante. Sabes que no soy hombre de armas y esas cosas, pues resulta que mi anfitrión es muy aficionado a ellas, tiene muchas y sabe usarlas, de fuego, blancas, trofeos y condecoraciones. Solo te puedo decir por teléfono que el hombre es un general activo muy, muy influyente, especializado en acciones de antiterrorismo y contrainsurgencia, por eso mismo es poco conocido. Aun así y dejando atrás mis temores tomamos unos tragos, me hablo de sus gallos, de los que tiene cien, también gallinas de raza para madres de pela, de las que tiene cien más, no sé, no las conté. Después de varias visitas y hacernos más amigos, yo cometí un error. Me enamore.

Yo, atento escucho en silencio y espero la noticia bomba.

- ¿Estás ahí?

En realidad, estaba casi dormido hasta la última frase. La historia es aburrida y el tipo no es mi amigo. Sus últimas cuatro palabras, lo cambiaron todo, me sirvieron de despertador eléctrico. Me dije en silencio.

- Un secuestro pasional. Esto ya pinta mal.

Ya bien atento le conteste a través del teléfono.

- Aquí estoy. Continua.

Con voz quejumbrosa me dijo.

- Pues me enamore de un gallo dominicano, de plumaje suave y caminar de guerrero medieval. El general al ver como estaba encariñado con el animal me dijo con la seriedad de un hombre de armas, mirando directo a mis ojos dijo entre carcajadas. Ni en cien vidas mi querido abogado usted tendrá dinero para pagar un animal como ese. Hijo de campeones, nieto de campeones, bisnieto de guerreros, toda una familia de triunfadores. Ese animal es tan feroz que podría luchar con un leopardo y salir victorioso. Para comprarlo tuve que vender una hacienda, con casa, pastizales y muchas reses, aun así, el dueño me dijo que lo estaba dando por poco precio. Y sabe que mi buen doctor. Yo también creo que me lo regalaron. Y como usted me cae muy, muy bien voy a dejar que lo lleve tres días a su casa para que le saque cría. Si tiene suerte y una gallina guerrera, seremos partes en una excelente sociedad que puede durar muchos años. A tanta tentación cedi. Me llevé el gallo a mi casa y lo puse con mis mejores gallinas.

El hombre se desato a llorar. Le pregunte para animarlo y poder continuar, trataba que la conversación no se extendiera hasta el amanecer. 

- ¿Aja… y entonces?

Soy un hombre de acción. Una conversación de este tipo con un hombre que llora mientras cuenta sus historias y moquea me da sueño. Por suerte todo podía aun mejorar y de repente ocurrió. Lo anime para que continuara.

- ¿Qué más paso?

- Cuando llegue al barrio donde vivo no pude dejar de alardear del super gallo que tenía en mi casa y de los millones que ganaría. Con tan mala suerte que entre quienes oyeron mis sueños estaban tres criminales de poca monta, rateritos que no lo pensaron dos veces y esta misma noche se metieron a mi casa, me golpearon, me ataron a una silla y por no saber cuál es el gallo dominicano se llevaron a todos mis animales. Antes de irse fueron muy claros. - Tienes dos días para darnos el rescate por los animales o te enviaremos una olla con sopa de gallo de peleas y pechuga de gallinas en salsa para que almuerces. Y después te vamos a matar a ti. Seguro los gallos de pelea del mundo agradecerán que un tipo como tu desaparezca de la tierra.

Y siguió en su conversación telefónica.

- Hace poco logre desatarme. Llame a la policía y dijeron, mientras se reían, que ellos no estaban para tratar el secuestro de pollos beneficiados. Frustrado no pensé en nadie más y te llamé. Tu eres experto en secuestro. Te lo ruego. Ayúdame.

Rogar fue un golpe bajo. Nunca antes me rogaron. Todos mis clientes me dan órdenes y me tratan como a su empleado. Ellos creen que su dinero es la solución y que yo solo soy un intermediario. Tienen razón. Y por eso le cobro con honorarios bien altos y despiadados. Ya había trazado en mi mente una hoja de ruta en mi mente. En los secuestros cada minuto cuenta y valen su número en onzas de oro. Por secuestrados muertos nadie paga. Menos, si son gallos y gallinas.

- Dame el número del general y déjame actuar. Todo estará bien. Tómate un calmante y trata de descansar. Ahora cuelga y déjame actuar.

Esa frase nunca me falla y hoy no fue la excepción. Ya sé que este “buen enemigo” abrirá una botella de wiski y fumará como vigilante privado hasta que le llame. Me levanté y me puse uno de mis mejores trajes. Llamo al general (para este caso es bueno que sea un militar, son gente que despiertan temprano y están activos desde la madrugada). Después de identificarme y avisar quien me dio su número privado, le digo sin demasiada ceremonia.

- Tenemos una situación y es importante que hable con usted. 

No le digo nada más. El solo me dijo que tomara un camino rural y que un amigo suyo me guiara hasta su casa. Es la desconfianza en su máxima expresión. Un hombre de su posición y experiencia sabe que nada ocurre por casualidad y que un abogado no lo molestaría por tonterías o por algo bueno. Por eso me cita a las seis, cuando ya el sol esta iluminando el mundo. Luego de un viaje corto en dirección al campo que se ve recortado cuando soy emboscado por un grupo de, lo que creo, son seis militares fuertemente armados llego a casa del general. Me gusta usar trajes finos para este primer encuentro. Nadie golpea en la cara a un abogado que usa un traje fino, eso no tiene sentido, pero es cierto. Lo golpean en el resto del cuerpo. Luego que sus hombres (debo suponer que están bajo su mando) con camuflaje y armas largas, me registran con brusquedad en busca de armas, micrófonos, cámaras o aparatos de ubicación (eso creo) y me mantienen esposado a una silla sumamente desagradable e incómoda, el general con una sonrisa descuidada aparece en la salita de la casa donde me tienen retenido, con una taza de café en las manos, dice.

- ¿Qué se le ofrece doctor?

Cuando le menciono el nombre de su amigo y le cuento la historia de sus desventuras se ríe a carcajadas hasta llorar como si contara el mejor de los chistes.

- ¿Y por eso lo contrato? Bueno no desperdiciare el dinero de mi amigo.

Sin preguntarme nada el hombre me dijo.

- Escuche bien abogado. Vaya al barrio donde están esos criminales. No llame a mi amigo. No lo quiero involucrar. Entre en contacto con los secuestradores. Escuche sus demandas y haga su trabajo. No me llame. Yo lo llamare.

Por eso me traslado hasta el barrio de mi amigo y me siento en el primer bar que me encuentro. Pido un ron de mi marca preferida. En un bar de mala muerte no lo tienen. Lo se. Con tristeza fingida pido una cerveza helada y un vaso limpio. Se que tampoco los tienen, así y todo, acepto la que me ofrece el cantinero. Me siento frente a una cerveza de marca misteriosa, tal vez adultera, en la mesa más céntrica que encuentro en el reducido local. No importa si se calienta o las moscas la prueban antes que yo, ella ya ha hecho su trabajo. Llamar la atención de los secuestradores. Aun la horrible cerveza esta frente a mi cuando un criminal (ya tengo experiencia para identificarlos) se sienta sin invitación. Para ahorrar tiempo le digo.

- Vengo por las gallinas.

El hombre se asombra. No espera un ataque tan pronto. Me dice que quiere una cantidad estúpida de dinero. Estúpida por pequeña. No corrijo su ignorancia porque no representa ninguna ventaja ni dinero para mí. Le digo que me parece bien y que mi colega pagara. Que diga cuando y donde. El hombre me casi escupiendo dice.

- Traiga el dinero en una bolsa plástica negra y déjelo en la barra de este mismo bar mañana a las diez de la mañana. El cantinero lo contará y después de saber que está completo, le dirá donde ir por los pollos.

Por la fuerza de la costumbre quise protestar y luego negociar una disminución de la cantidad o más tiempo para reunir el dinero. Pedir una prueba de vida, asegurarme que todos los animales están bien y comenzar a gestionar la segunda parte de mis honorarios por adelantado. Conozco la cara de los secuestradores que no tienen la intención de cumplir, pero me contuve. Ver a dos de los hombres del general en la mesa del fondo del local me sirvió de freno. Entendiendo que ellos se harán cargo del asunto, por eso me fui directo a mi casa a dormir y tomar un calmante para mis adoloridas costillas. Pensé que todo había terminado. Sigo mi vida normal hasta que a las doce de la noche mi sueño es interrumpido por una mano que tapa mi boca y me impide gritar. Es uno de los hombres del general que estaba en el bar, el mismo que más fuerte me golpeo durante el registro. Su voz sonó con un sorpréndete respeto.

- Mi general quiere hablar con usted.

Me visto tan rápido como puedo con otro de mis trajes finos. Nunca uso dos veces el mismo. Y la muerte no me va a encontrar en calzoncillos ni mal vestido. Me llevan hasta uno de las camionetas de lujo blindadas que están estacionadas en línea frente a mi casa (créame, yo se identificar una camioneta blindada sin entrar en ella) El general, vestido con uniforme de batalla y chaleco anti esquirlas, apenas me ve entrar me ofrece un trago, es ron, del que me gusta, como me gusta. Eso dejo claro que ya me había investigado y que es era su ofrenda de paz. De tener una idea de eso habría usado algo más cómodo y habría temblado menos mientras hacia la lucha con el nudo de la corbata. Ahora tengo menos deseo de estar allí. La amistad de gente tan peligrosa no es buena idea.

- Vamos por mi gallo de pelea y por esos hijos de su madre y quiero su apoyo legal.

Eso frase fue innecesaria. Yo se que no me necesita. A quien necesita es al chivo expiatorio en caso que algo salga mal, muy mal. En el corto camino el hombre hablo de mí, de mis gustos y mi trabajo. Al llegar al destino el hombre del bar, el mismo que entro a mi casa, abrió la puerta y dijo:

- Todo listo mi general… cuando usted ordene.

Mirando a mis ojos, como esperando una reacción, el general ordenó.

- Proceda.

Sin dejar su conversación casual, como si estuviéramos en el club de oficiales navales, el general continúo hablando de mi trabajo y los resultados que obtuve, siempre esperando una rección. No es mi primer secuestro, tampoco será el ultimo tiroteo. Por eso me mantengo firme y no tiemblo. Además, me encuentro en un vehículo blindado. Me encuentro tranquilo aquí adentro. Mientras que afuera la paz de la noche oscura y fría es rota por un solitario sonido de un disparo. Diez minutos después apare otra vez el hombre del general. Sin decir palabra alguna le entrega una funda de almohada con algo adentro. El general la abre y de ella saca al famoso gallo, sano y salvo. Luego de contar todas sus plumas le dice al hombre.

- Limpie todo y nos vemos mañana.

El hombre sonríe con malicia y sale a la carrera, el conductor no ha cerrado del todo la puerta cuando una lluvia de plomo se desata en la noche. La camioneta parte con el general, el gallo y yo. Luego de dejarme en mi casa nunca he vuelto a saber de ninguno de ellos. El colega de ningún modo me dijo nada y yo jamás le pregunte, lo malo es que se convirtió en mi “peor amigo” servil y complaciente. Además, dejo la bebida y el juego. Del general solo conservo el recuerdo y la anónima y puntual llegada, cada primero del mes, de dos cubetas de huevos y un pollo beneficiado.


Comentarios

  1. Ta bueno, entretenido y cotidiano. El final muy abrupto, pero entiendo que cada cuento busca lograr un efecto en el lector y este por ser una historia que bien pudo ser real, merecia tener mas cuerda.

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