Viajar para aprender y cambiar

Los ricos y poderosos, artistas exitosos, políticos corruptos o no, capitanes de la economía, reyes y líderes espirituales tiene una afición que les es común, viajar. El General José Antonio Paéz, fue por mucho tiempo tildado de inculto en los chiste que dé él se hacían en la cultura popular. Sin entrar en detalles cual pudo ser su formación académica se puede estimar que fue un hombre de pocas letras. Al entrar en la guerra de independencia amplía sus viajes y conoce todo el país. Entre 1850 y 1859 viaja a la isla de Saint Thomas, los Estados Unidos, México, Francia y Alemania; lo verdaderamente importante de su historia es que viajo por el mundo y sus viajes lo llenaron de cultura. 

Y así, en contrario, los ciudadanos comunes tienen limitados sus viajes a salir de visita donde la tía que vive en la capital o cuando muere un familiar, al rio más cercano los fines de semana que se pueda y en carnavales hasta la playa. Esto ocurre porque el salario mínimo es precisamente el mínimo, y siempre será menos que la canasta básica, suficiente para preocuparse por comer y ese pensamiento les entretiene; se deben conformar con soñar con Paris y ver las calles de Madrid reproducidas en las vidrieras de un centro comercial.

Desea pues, todo sistema político impedir que las personas no viajen demasiado. La razón es que al viajar aprender cosas nueva y diferentes y terminan inconformes e infelices, o felices, al comparar su realidad con la de otros. Basta con observar a mochileros, aventureros o poetas, ellos nunca discrimina a otros, al contrario son tolerantes y muy respetuosos de las diferencias de los seres humanos, están siempre dispuestos a experimentar nuevas costumbres, sabores y olores, por supuesto también formas de pensar, y aun cuando no estén de acuerdo terminan aceptando lo que no pueden cambiar y cambiando en sí mismo todo aquello que les hace pequeños y justamente ignorantes. Al regresar a sus hogares llegan contando sus experiencias y cambiando a los demás con sus narraciones. Tal era el caso de los trovadores quienes con sus viajes y sus cantos que narran historia y vida de otros tiempos y otras gentes contribuyeron a cambiar las personas de su tiempo. 

Y es que los ciudadanos no deben viajar, opinan algunas mentes maestras, porque expanden su pensamiento, es una verdad, bien conocida por señores feudales, esclavista y regímenes totalitarios. Se inventaron fronteras y condiciones para el turismo con el objetivo oculto de disminuir el interés de las personas por realizar viajes y acrecentar su cultura. 

Aun cuando es una verdad a la vista para algunos no lo es. Para comprobarlo basta viajar a la frontera y comprobar que allí el país funciona de otra forma, es una región diseñada para desalentar los viajes y a los viajeros. Además el transporte público está planteado para que los ciudadanos se trasladen desde sus casas hasta sus lugares de trabajo con tanta incomodidad que al final de cada día rueguen por regresar a sus camas; para que aprendan la lección y no lo vuelvan a intentar. Lo que se aprende en un día de viaje se recuerda toda la vida, y si la vida es universidad, los viajes son su materia más social, importante, entretenida y políticamente peligrosa.


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